domingo, 19 de abril de 2020

Malos tiempos

En dirección a “La Manchuela” en la Comunidad Autónoma de Castilla -La Mancha (Provincia de
Cuenca), existe un municipio, Campillo de Altobuey, de unos 1.481 habitantes actualmente cuya
evolución demográfica disminuyo notablemente en 1900-1991.
Sergio (el personaje de este relato), había vivido gran parte de su vida en este pueblo dedicado al
cultivo de azafrán, champiñón y agricultura en general. Hijo único, soltero, tras el fallecimiento de
sus padres, su única compañía era su perra Gilda, un pastor labrador.
La soledad era su única compañera, tenia poco contacto humano y tras las Navidades y nueva
entrada del año 2020, decidió que ya que su situación económica se lo permitía, debería conocer
algo de mundo y además le apetecía hacerlo.
Tras mucho pensar, decidió visitar Italia, concretamente su capital Roma, por lo que había oído
hablar de su arquitectura y cultura, así como de sus ruinas antiguas como el foro del Coliseo, y la
ciudad del Vaticano, que tenia especial interés en visitar. Así pues, encargó por desgracia (para él y
Gilda, su perra) billete de ida para el 25 de Febrero de 2020, pues pensó que quizá prorrogase su
estancia.
Embarcó con Gilda en el avión, viendo lastimosamente como la introducían en una jaula para que
viajase en la bodega del aparato junto un par de mascotas más. El avión le pareció impresionante,
imponiéndole un poco una vez y ya habiendo despegado, y no sin sentir un poco de vértigo, la
azafata encendió la tele y él de pasada se fijó en las noticias de una posible pandemia en
Wuhan por un virus, sin darle importancia alguna se durmió hasta que aterrizó su avión en el
“Aeropuerto de Fiumicino”. Gilda le fue devuelta sana y salva a su dueño, la cual le recibió
moviendo la cola.
El hotel elegido era el Hotel Capanelle, el cual admitía mascotas.
Tras instalarse, organizó su tiempo libre (excursiones, visitas guiadas, paseos él solo, sin guías) y
quedó maravillado por la capital.
Mientras, el enemigo invisible empezaba a extenderse sin prisa pero con pausa. El virus era el
que había surgido en Wuhan, pero nadie supo el futuro sanitario, social y económico que se
avecinaba.
A las 14:00 horas decidió irse a comer a una pizzería, al restaurante Pizza Florida, en el cual
también se podían recoger las pizzas para llevar. Encargó 2 pizzas, una para él y otra para Gilda. Le sorprendió que al ir a recogerlas en el mostrador delante de él había un oriental con una mascarilla. Por un tonto equívoco cambiaron las pizzas, fue un segundo, pero suficiente. Una vez arreglado el equívoco, Sergio se marchó al hotel y tras dar de comer a su perra, decidió dormirse.
Al día siguiente, cuando iba camino de visitar la Capilla Sixtina, le sorprendió ver poca gente
en las calles. Tras la visita, paseó a Gilda y se subió al hotel.
Puso la televisión y entonces sí atendió a las noticias: por lo visto el llamado vulgarmente “coronavirus” (COVID 19), se estaba extendiendo rápidamente. Lo que parecía un brote aislado se convirtió en una amenaza.
A Sergio le entró un poco de pánico y pensó que a Europa esto no llegaría, así que se marcho a
visitar el Estado Vaticano. Le sorprendió la cantidad de Polize que había en las calles, de repente
empezó a notar que le dolía el estomago y le costaba respirar (debió ser la pizza, pensó) se toco la
frente y se notó un poco caliente.
Decidió volver al hotel, una vez allí entró en su habitación y cuando fue a sacar de paseo a Gilda se
lo impidieron “por su propia seguridad”. Al final, tras insistir, le dieron una mascarilla y unos guantes
y le autorizaron diez minutos para sacar al animal.
El hotel parecía una cárcel y Sergio empeoraba por momentos. Cuando llegó un médico, lo trasladaron a la UCI y a los tres días murió. Sus ultimas palabras fueron: si yo no hubiese salido de Campillo...
En cuanto a Gilda, permaneció en la puerta del hospital esperando a su amo días y días, alimentándose de las sobras de la cocina del sanatorio hasta que se la llevaron a la perrera, con el fin
de que alguien la acogiese y la adoptase.



Bruno

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